Solventemente preparada para una vida y existencialmente atormentada por la otra, entro en el mundo laboral por una puerta muy ancha. Mi primer amante de habla hispana huye despavorido del Simca Mil cuando le digo, con la más pícara de mis sonrisas, que no me había puesto calzoncillos. En ese coche aprendí que los calcetines no eran los calzoncillos. En la facultad no.
Trabajo de alta ejecutiva para distintas empresas multinacionales. Viajo por el mundo, por ese al que se llega con billetes de avión. Saco visas para ese territorio que no tiene espacio ni límite; yo. Leo a Sócrates y me adscribo a la escuela del poeta beocio Píndaro; “Llega a ser quien eres”. Me empieza a envenenar la metafísica, empiezo a conocer con la yema de los dedos, continuo ingresando mucho papel.
Lo rompo.
Me pregunto a voces.